La semana pasada se me ocurrió contar un poco la historia de algunas de las medallas más importantes que he acumulado en mis 12 años como corredora.

Quizá sea bueno especificar que pasé mis primeros años cultivando mi amor por correr sin siquiera saber que existían carreras para aficionados. Además, como todos (supongo), corría pocos kilómetros, no tenía ninguna orientación de algún profesional en la materia y ni siquiera sabía que era incorrecto no tomar aunque sea un día de descanso por semana.

Para mí, correr era fácil porque sólo requería unos pants, unos tenis, mi música favorita, y mis ganas de salir a correr. Como comencé a hacerlo meses antes de conseguir mi primer trabajo como Godínez, cuando me presentaba, además de mencionar mi profesión, agregaba que me gustaba correr. Ello hizo que algunos de mis compañeros de oficina fueran ubicándome como “la que corre diario” y, afortunadamente, hubo quienes me daban consejos. Para 2013, ya les había aprendido que era necesario por lo menos un día de descanso por semana (me tomaba los viernes), que hacer abdominales ayudaba a mejorar incluso la postura al correr, que había varias carreras que se realizaban en la Ciudad los fines de semana, y que no solo los corredores profesionales podían inscribirse a ellas. Ese mismo año tuve un trabajo donde un compañero insistió varias veces en que, dado que yo ya estaba acostumbrada a correr una cantidad decente de kilómetros diario, podría aguantar correr cualquier medio maratón. Así que en un arranque me inscribí a mi primera carrera: el medio maratón de Adidas del verano de 2013.

Mi preparación consistió sencillamente en correr entre 13 y 14 kilómetros 6 veces por semana. Ni siquiera pasó por mi mente googlear algún programa de entrenamiento, nada. El día de la carrera, tuve dificultades para encontrar dónde estacionarme, de tal manera que llegué “tarde” a mi corral. En el flyer informativo que me dieron cuando recogí mi paquete decía que el arranque era a las 7am, pero no conté con que los corrales cerraban por ahí de las 6:50 am. No fue hasta que vi a toda esa gente reunida para correr que dimensioné lo popular que era esa carrera y lo difícil que era tomar el lugar que se me había asignado en el corral B. Me mandaron al último corral y, muy obediente, me fui sin chistar. Al arranque, fue muy sorprendente ver que había gente que iba a la carrera sólo para convivir. No estaban ni trotando siquiera, no querían nada más que ir platicando con sus amigos y pasar una mañana de convivencia, para lo cual habían madrugado… en domingo. En ese momento sólo pensé que si quisiera platicar con gente no madrugaría tanto en fin de semana y me iría a la comodidad de un café, pero bueno, claramente hay de todo. Como pude, fui abriéndome paso hasta que llegué a un punto en que los participantes iban verdaderamente corriendo a un ritmo en el que yo me sentía muy cómoda. Unos minutos después ubiqué a un individuo que iba avanzando un poco más rápido, a una velocidad que se parecía más a la que yo corría entre semana habitualmente. Comencé a seguirlo, gracias a lo cual llegamos a una parte de la carrera mucho más despejada. Iba muy bien hasta el kilómetro 16, momento en el cual comencé a sentirme casada y tuve que dejar de seguir a mi referencia. Como sólo faltaban cinco kilómetros, me autoconvencí de que ya no era nada, y pensé en lo que decía mi compañero de oficina: “él tiene razón, yo puedo”. Seguí corriendo, cada vez más lento pero sin detenerme, y cuando faltaban un par de kilómetros, regresó a mí la energía-el ánimo y pude cerrar la carrera a buen ritmo, muy contenta. Creo que ese último empujón fue un rush de adrenalina.

Al final, mi chip marcó un tiempo de 1h32’42”, aunque mi tiempo oficial fue de 1h38’29”. Eso me hizo pensar que correr un medio maratón a un ritmo promedio de 4’36” por kilómetro era muy fácil. Por ello, en los años subsecuentes, al no lograr repetir aquella hazaña, me puse a pensar en qué fue lo que hizo que lo lograra, en mi primera carrera, novata, sin coach, sin saber de masajes de descarga, y corriendo en pants. ¿Fue lo que comí un día antes? ¿Fue haber corrido en ayunas como era mi hábito? ¿Fue la emoción de hacer algo por primera vez? Creo que fueron todas las anteriores.

Apenas a inicios de 2020 logré acercarme otra vez a ese ritmo, pero esa vez fue más aún más emocionante (literalmente hasta las lágrimas) que la primera, simplemente porque supe que ahí estaba esa capacidad, como siempre estuvo, de volver a lograrlo. Esa segunda vez lo valoré mucho más, por lo difícil que fue volver a estar cómoda, feliz y capaz corriendo así. Así que de alguna manera fue un gran reencuentro conmigo misma que nunca olvidaré.