Austin bonito, la mañana previa al maratón. (19.02.22)

Una promesa a mí misma

La primera vez que corrí un maratón fue en parte por curiosidad, y en parte fue una especie de grito desesperado. A inicios de 2015, mi rodilla derecha había tenido diversos problemas derivados de una lesión mal cuidada, así que consulté a dos ortopedistas: uno para obtener un diagnóstico, otro para verificarlo. Ambos coincidieron en que tenía un nivel muy alto de desgaste en ambas rodillas, en que probablemente debía dejar de correr, y que si no lo hacía, seguro en pocos meses sería inevitable una operación. Suponiendo que llegara a ese escenario, uno de ellos se mostró optimista y dijo que gracias a que apenas estaba por cumplir 30 años, me recuperaría y en 6 meses podría estar corriendo otra vez. El otro me dijo que de una vez fuera buscándome otro deporte, pues de todas maneras, “(…) no te pagan por correr, ¿o sí?”

Posterior a eso, tuve semanas muy tristes. Pasaban los días y no sabía si alguna vez se me iba a quitar el dolor, la sensación de burbujitas al caminar, el chasquido al flexionar la rodilla, las molestias al tratar de hacer ciertas posturas en mis clases de yoga. Pese a ello, finalmente decidí no operarme. Sólo tomé el medicamento para el dolor, le di tiempo a la rodilla, y más o menos cada dos semanas probaba si me seguía doliendo con pequeños trotes. Un día de agosto, entre el medicamento, una semana en la playa sin hacer absolutamente nada más que descansar y tomar el sol, la rodilla dejó de doler. Comencé a correr más seguido y más días por semana. Cada vez un poco más, y siempre con miedo. Por muchos meses no pisé el asfalto, y corría exclusivamente en circuitos planos. Al paso del tiempo, fui reintegrando subidas y bajadas a mis trotes diarios, manteniendo (aún está) en mi cabeza la duda: ¿cuándo se va a terminar esto? ¿Cuándo estaré forzada a dejarlo?

No había plan B. En aquella época, no sabía nadar; la bici no me generaba las mismas endorfinas que correr; yoga iba a tener que limitarse a todo aquello que no fuera demasiado fuerte para mi rodilla. Así que hacia finales de 2015 se me ocurrió que, si pronto iba a tener que abandonar mi deporte favorito, no podía ser sin haber corrido un maratón. ¿Qué tan lejos podría llegar, dadas las nuevas circunstancias?

Sí, quería correr un maratón y conocer dónde estaba ese nuevo límite pero también quería (necesitaba) que fuera lo más pronto posible, porque estaba constante el temor de que otra vez regresara el dolor y no pudiera concretar ese que yo veía como mi “último deseo”. Originalmente pensé en correr en el norte del país, pero los lugares para esa famosa carrera de Torreón estaban agotados. Por lo tanto, decidí no limitarme geográficamente y encontré el maratón de Austin.

Minutos antes de la carrera, una persona que ya conocía la ruta me dijo: “Elegiste mal tu primer maratón. Es una ruta muy sinuosa y solitaria. Te vas a dar cuenta de cómo se terminan la fiesta, las porras y hasta la hidratación pasando el kilómetro 21. Este es un maratón muy difícil que ni a los pros les gusta”. Si él supiera que mi mayor temor es tropezarme en la ruta, pensé.

Mis entrenamientos fueron en terreno ondulado, así que eso no me espantó. La soledad de la ruta tampoco, pues si bien ahora pertenezco felizmente a un equipo, me encanta correr sola, y de hecho, esa es mi parte favorita de correr: hacerlo conmigo y con mis pensamientos. Había visto el clima, la ruta y la altimetría antes de llegar, me parecía similar a la ruta donde yo entrenaba usualmente. Además, en esa investigación, me enteré de que vivir en la Gran Ciudad nos da una ventaja en términos pulmonares, especialmente porque Austin está prácticamente al nivel del mar. Así que no permití que esa advertencia resonara demasiado en mi cabeza. Había estimado terminar el maratón en alrededor de 3.5 horas y, con esa expectativa en la cabeza, corrí.

Al final, logré terminar mucho mejor de lo que esperaba. Nunca olvidaré esa sensación de emoción y fortaleza que sentí al cruzar la meta. Desde entonces, no hubo vuelta atrás: me enamoré de los maratones. Y supe que lejos estaba de que fuera el último maratón en mi vida; más bien, esta fue la carrera que me motivó a seguir corriendo maratones, literalmente, hasta que las rodillas se me acaben. Así fue como comencé a clavarme más, a investigar qué más podía hacer y descubrí que el resultado obtenido era mi boleto de entrada a los World Marathon Majors (WMM). Me hice la promesa de correrlos en 3 años (2 por año) y, al terminar esa misión, regresar a Austin, a correr el maratón una vez más, ahí donde toda esta fascinación comenzó. Una bonita y retadora promesa a mí misma.

Si bien en el camino me topé (y sigo topándome) con lecciones importantes, con muchos momentos bajos en los que quiero tirar la toalla, el miedo de no terminar mi misión se minimizó por la creencia firme de que siempre que quiera puedo alcanzar cualquier meta. Como dice mi actual entrenador: “A ti lo que te ha hecho llegar hasta este punto es que eres necia”.

Reajuste de planes

En abril de 2019 me volví Six Star Finisher (título que se gana al concluir los 6 WMM), y ya estaba inscrita para correr el maratón de Austin en febrero de 2020. Para ese entonces, ya llevaba algún buen tiempo nadando, y aunque me costó trabajo agarrarle el gusto, ya había alcanzado el punto en que esa actividad también alegraba mis mañanas. Me endorfinaba tanto nadar y aprender tantas cosas nuevas que lo hacía aún a costa de dormir menos y sufrir gripas más frecuentes derivadas de mi alergia al cloro. También comencé a tener faringitis más seguido. De hecho, terminé 2019 precisamente con faringitis severa, y empecé 2020 con inicios de bronquitis, la cual no me permitía dormir bien: me acostaba y la tos se volvía incontrolable. Hasta llegué a pensar que era coronavirus (ya se comenzaba a escuchar un poco de esa enfermedad), pero deduje que no era eso porque nadie a mi alrededor resultó contagiado ni con síntomas como los míos. A mediados de enero tuve que dejar de correr varios días, ya que la faringitis empeoró tras correr una carrera estando enferma. Como ya era claro que no iba a poder correr el maratón, con algo de tristeza tuve que aceptar que mi plan no se cumpliría ese año y solamente corrí el medio maratón.

El mismo día, al terminar la carrera, decidí inscribirme al maratón de 2021, sin saber que eso de la covid, que cada día acaparaba más noticias, terminaría siendo una pandemia. Hacia el segundo semestre de 2020, los organizadores del maratón de Austin dedujeron que no sería posible realizar la carrera en 2021, así que a quienes estábamos inscritos nos dieron la opción de aplazar nuestra participación. Elegí correrlo en 2022.

Inicio del maratón de Austin 2022.

Cerrando el círculo: día bueno vs día malo

El segundo semestre de 2021 me encontró sin trabajo, cansada, estresada, ansiosa y, por lo tanto, con muchas ganas de distraerme. Una de mis mayores alegrías fue correr el maratón de Boston, mi primer maratón presencial en mucho tiempo. Al regresar de esa carrera, caí en cuenta de que en realidad tenía muy poco tiempo para comenzar a prepararme rumbo al tan especial, anticipado y esperado maratón de Austin. Dos ciclos pegaditos (una vez más), y me reía de mí misma. Comencé a buscar nuevo entrenador y, una vez que hice clic con alguien, iniciamos mi preparación. El cierre de 2021 fue muy interesante, pues en pocos meses vi mejoras muy marcadas y hasta pude ganar una carrera.

Sí, los tiempos iban mejorando rápido, pero mis piernas no se adaptaron al mismo ritmo y alcanzaron un tope. Me lesioné la banda iliotibial de la pierna izquierda. Aunque esa lesión no me obligó a parar, era muy molesta y creciente. Pasé los 40 días previos al maratón lesionada, yendo a fisioterapia sin ver resultados claros y sin saber qué esperar de mí. Había días en que la pierna me dejaba correr sin molestia alguna, otros el sufrimiento era insoportable… ¿Qué tipo de día me tocará cuando sea el maratón?, me preguntaba. Dos semanas antes de la carrera decidí soltar y dejar de pensar en que mi regreso a Austin sería triunfante. Suspendí la fisioterapia, y fui mejor con mi quiropráctica de confianza, quien me ayudó significativamente a reducir el dolor y la lesión. Aún así, no esperaba mucho de la carrera. Comencé a concentrarme en los recuerdos felices de la primera vez que corrí un maratón, en lo alegre y fuerte que me sentí, en cuáles podrían ser los momentos más difíciles de la ruta y en qué iba a hacer ante la posibilidad de que el dolor me invadiera en alguno de ellos. Agregué más canciones padres a la misma playlist que usé para el maratón de Boston, porque pensaba que tendría necesidad de más minutos de música para terminar la carrera.

Un día antes del maratón, mi entrenador me mandó el plan de carrera. Lo platicamos, le prometí que haría mi mejor esfuerzo, y de hecho hasta lo programé en mi reloj. No obstante, yo sabía que la ejecución del plan se reducía a si tenía un “día bueno”, en que la lesión me dejara correr, o un “día malo”. Y eso lo sabría desde el primer minuto de la carrera.

Día bueno, regreso a Austin bonito. (20.02.22)

El clima, la adrenalina, la emoción, la combinación de todas las anteriores. No sé acotar qué fue, pero el día del maratón de Austin de 2022 fue un día bueno 😀. Así que no perdí tiempo, desde el inicio intenté apegarme tanto como me fue posible al plan de carrera. Esa fe que me tienen tanto mi entrenador como su papá me dieron muchas fuerzas. Yo pensaba que sólo correría Austin con el corazón, y estaría mintiendo si no reconociera que absolutamente todo sumó: la buena vibra, el entrenamiento, la nutrición, el tratamiento de la lesión, la emoción, la adrenalina, la necedad, la creencia, la mente y claro, el corazón. Sufrí bastante a partir del kilómetro 40, pero era más por cansancio y por la ampolla terrible que me salió en el pie izquierdo que por la lesión (misma que por cierto, se quedó muda los 42.195km). La última subida, de unos 300m, llega en un momento de la carrera en que uno solo quiere terminar. Estando ahí, no se le ve fin, pero cuando terminas de subirla sabes que solo queda un sprint de 400m planos hacia la meta. Cuando sentí que quería caminar, neceé, y pensé: voy a cruzar la meta plena y feliz porque hoy es un día bueno, no hay de otra. Y qué grata sorpresa me llevé al terminar con un nuevo récord personal, que veía tan difícil y tan imposible de lograr.

Han pasado 10 días desde entonces y sigo emocionada. Emocionada de estar viva, ¡tan viva!; y emocionada porque otra vez, al igual que en 2016, terminé en segundo lugar de mi categoría. Esta vez, hasta un pequeño reconocimiento obtuve.

Resultados a 6 años de separación 🙂.

Correr así es bonito, y duele, vaya que duele. Quizá es por la edad, todavía no me recupero, jajaja…. Aún en medio de este dolor físico está la apreciación de lo bonito que es sentir todo, estar entera y en posibilidad de correr, poder llevar a mi cuerpo y a mis rodillas a nuevos límites, pero sobre todo, estar viva.

Medalla y reconocimiento post carrera. (20.02.22)

Promesa cumplida 😊.