Mike, periquito guapo y azul.

No suelo ser muy bondadosa, la verdad. Quizá el acto más reciente que recuerdo se remonta a aquel terrible 19 de septiembre de 2017 en México, y especialmente en la Gran Ciudad. No sé, me conmovió mucho ese evento y, después de muchos problemas de transporte, cuando por fin pude llegar a casa y prendí la televisión para ver noticias, no pude soportar ver todo lo que estaba pasando y no hacer nada. Andaba muy lesionada aquellos días, síndrome del músculo piramidal era lo que tenía. Así que me dopé con ibuprofeno, agarré mi bici e hice algunos viajes para acercar medicinas y comida a una zona muy afectada de la ciudad. Cuando el efecto del ibuprofeno pasó y ya no podía seguir rodando debido al dolor, regresé a casa.

Como mi lesión empeoró, y mis obligaciones Godínez me obligaban de todas maneras a estar en la oficina, los días subsecuentes hice donaciones de comida; así como otras de tipo económico a diversas organizaciones que se veían serias y que estaban apoyando en las labores de remoción de escombros y reconstrucción.

Fue un evento muy conmovedor para mí. Después de todo, ¿cuál es la probabilidad de que un mismo país en una misma fecha pero 32 años después sufra el mismo evento caótico (temblor) que lo marcó en los ochentas y, otra vez, con daños tan grandes? Se cayeron edificios, murió gente, otros quedaron sin casa. Para no creerse, 32 años después…

El 22 de septiembre, días después del temblor, falleció Mike, el peroquito que más nos había durado en la vida (14 años). Ese día no paraba de llorar, en parte porque no pude despedirme de él, y en parte porque traía emociones acumuladas post sismo.