Siempre tendré esa duda. Sin embargo, soñé tanto, hice tanto, esperé tanto, tanto y tanto; y por tanto tiempo…

Primero, con muchas ganas y esperanza; luego con ansiedad y angustia; hasta que finalmente me quedaron sólo desesperanza y tristeza. Desesperanza porque sabía que nunca se repetiría ese hallazgo; tristeza de ver que no fue (¿fui?) suficiente. Siempre dudando… Nunca lo sabré. Y mi mente recurre a la nostalgia.

Todo cambia. No sé si me gusta, no sé si es para bien, no sé si algún día me acostumbraré, no sé si es lo mejor. Tanta incertidumbre, tanto que asimilar. Mi mente recurre a la nostalgia.

Ese lugar cómodo, esa sonrisa cálida, esa mirada infinita. El sonido de su risa, las conversaciones de todo, la profundidad de sus pensamientos. Tantos recuerdos, tantas ganas de volver a casa. A veces lo extraño más de lo que debería. Mi mente recurre a la nostalgia.

Extraño todo. Y a la vez, sé que no nos debemos nada. Intenté recuperar esa ceguera inicial. Pero se me cayó la venda, se escapó mi paciencia. Tanto lloré. Tantos pedazos de mí por recoger.

Cuando mi mente recurre a la nostalgia y trae a la luz recuerdos distorsionados, mi razón busca momentos y pistas. Los encuentra en recursos tangibles y fieles de lo que vivimos y dijimos. Busca y encuentra una y otra vez: las razones siempre son las mismas, los recuerdos son menos encantadores de lo que parecían. Se ofusca la nostalgia, reavivando el dolor de saber que sigue ahí. ¿Cuánto tiempo seguirá?

La razón no deja que mi mente recurra a la nostalgia. Aunque todos los días sigo sin comprenderlo y dudando, de lo que sí estoy segura que en un segundo de lucidez, la razón me salvó de todo, y sobre todo, de mí misma.

Siempre quise más de esto que tú.