Sonriendo a las cámaras (maratón de Boston 2021)
Sonriendo a las cámaras (maratón de Boston 2021).

Mi última carrera presencial de 2020 fue en marzo. Curiosamente, fue un medio maratón solo para mujeres que gané. Sin codazos de por medio, sin esperarlo, sin siquiera haberlo visualizado. Yo sólo quería incorporar ese medio maratón como parte de mi distancia del día (me tocaba correr 30km). Al final, corrí 26km: 5 antes de la carrera y los 21 que eran la ruta de la misma. No llevaba ni ropa para cambiarme, así que ya con algo de frío, subí al podio para recibir mi premio. Como fui sola, tuve que pedirle a los organizadores de la carrera que me pasaran las fotos mías que tuvieran. Hasta descubrí que hubo una empresa de fotógrafos que estaba vendiendo las fotos del evento y las compré. Nunca había hecho tal cosa, pero ese triunfo inesperado lo ameritó.

Pocos días después vino el lock down en la Ciudad debido a la pandemia. Los primeros meses, acordamos todos los de mi equipo no salir para nada, ni para correr. Si bien me inundaba la preocupación por la falta de mis trotes diarios, ésta se fue cuando comenzaron a cancelarse todas las carreras más importantes que estaban en mi calendario. Es muy curioso cómo el destino se burla de mis planes: yo había pensado en correr 3 maratones en 2020. Por este tipo de cosas, no creo en los planes, ja. No corrí más que uno virtual: el primer maratón de virtual de Boston. Para esa carrera, entrené un total de 6 semanas, sin faltas, sin fallas, y con la fortaleza que me dio hacer ejercicios de alta intensidad durante los meses que no salía a correr. Como corrí Boston virtual con un amigo que no había entrenado casi nada para esa carrera, lo hicimos a su ritmo y logramos un muy buen tiempo (menos de 3 horas y media).

En diciembre de 2020 tuve covid, y aunque fue un cuadro calificado como leve que sólo me dejó con principios de fibrosis pulmonar, no fue hasta entrado abril de 2021 que realmente me decidí a comenzar a entrenar con seriedad otra vez. Para entonces, se hacían cada vez más y más carreras virtuales en equipo (participé con el mío, pero estaba muy lejos de estar en forma y dar lo mejor de mí), y sentía que le estaba faltando el respeto a mi hobby: estaba haciendo todo a lo bestia y corriendo el riesgo de lesionarme. Además, otro factor muy importante que contribuyó a que me aplicara fue que se materializó la posibilidad de que no se cancelara la 125a. edición de Boston.

Disciplinarme para entrenar me costó mucho trabajo. Cada semana hacía un esfuerzo inmenso por salir a correr; luchaba intensamente contra tirar la toalla, ya que en aspectos laborales tuve meses difíciles que me generaban insomnio y ansiedad en niveles que no sentía desde hacía muchos años. Por ende, lo último que quería era madrugar, no quería salir, y muchas veces ni despertar siquiera, pues a la hora de correr apenas llevaba 2 o 3 horas de poder dormir. Pero una vez que se quitó ese estrés laboral, agarré el ritmo y pude hacer mi mejor y más honesto esfuerzo por cumplir con el plan que me enviaba mi coach.

Desde el principio, mi entrenador me dijo que no buscara PR, que sólo fuera a correr la carrera, que por el reciente covid que tuve debía cuidarme y que era más seguro ir con una meta conservadora al maratón. Y al principio le creí, hasta me gustaba mi plan de solo 4 trotecitos leves por semana. Tras tantos meses sin correr, un 5k me dejaba las piernas como si hubiera hecho un maratón. Me costaba un poco más de trabajo respirar que antes, sentía que se me dormían los brazos y que me faltaba el aire los primeros kilómetros. Con la repetición, esas sensaciones fueron disminuyendo hasta que un día dejaron de molestarme, me acostumbré a ellas. Y pronto ya las piernas recordaron lo que era correr, los eventuales problemas de respiración se aminoraron con antihistamínicos y pude por fin empezar a cumplir con mis ritmos. Ritmos que después mejoraron y mejoraron y pronto no reconocí el pace promedio que alcanzaba en los entrenamientos. Creo que algo que me ayudó mucho fue agregar rutinas de HIIT a mis entrenamientos semanales. Así que unilateralmente me desvié de la recomendación original.

La parte decepcionante del entrenamiento en línea que tuve fue que nunca obtuve cambios en mi plan ni retroalimentación dinámica: yo lo reajusté de acuerdo a las tendencias que estaba observando en mis entrenamientos. Agregué un par de días de correr a mi semana, para quedar con un día de descanso total; así que eventualmente caí en ese método semi-autónomo de siempre en el que la mitad de lo que entrenaba eran cosas que yo sola me autoimponía. Al final, nadie me conoce mejor que yo misma, pensé.

Medallas de los maratones de Boston que he corrido (incluyendo la edición virtual de 2020).

El maratón de Boston no era nuevo para mí, ya que lo corrí presencialmente en 2017 y en 2018. En ambas ocasiones sólo salí a correrlo como sea y cometí diferentes errores, algunos por inexperiencia y falta de buen juicio, otros por falta de información y unos más por creer que era más fuerte de lo que realmente era en ese momento. Y sufrí. De hecho, las lecciones físicas y mentales más duras que he obtenido al correr maratones fueron ahí, cuando Boston me detenía para recordarme que hay que tenerle respeto. Así que llegué a esta edición con un gran miedo mental de regarla nuevamente. Para reducir un poco de esa inseguridad, por primera vez desde que corro maratones calculé una estrategia. Para lograrlo leí varios artículos en línea y estudié muy bien mis estadísticas de desempeño de las últimas 12 semanas. Aún pese a mis creencias, creé un plan. El plan A era el optimista (a long shot, but still worth a try) y el plan B por si fallaba el A. Incluso existía un plan C, pero ese no lo memoricé. En el fondo, yo esperaba no despegarme tanto del plan A, pero sí tenía duda de poder lograrlo. Con los días, me encariñé mucho con mis cálculos porque eso me daría la oportunidad de sólo concentrarme en la variable diversión, y al fin disfrutar la carrera en lugar de sufrirla.

Y como dicen los gringos, the third one is a charm. 🙂 ¡Y vaya anécdotas que me dejó esta edición de Boston! Desde el inicio, todo fue inesperado, y tuve que adoptar una actitud adaptativa. Volé hacia allá el sábado previo a la carrera, por la tarde. Como tuve que hacer una escala un poco larga, tuve tiempo de sentarme y pensar. Ahí fue cuando al fin supe por qué desde que salí de casa sentí que olvidaba algo: no empaqué el cable cargador de mi reloj. Sólo traía 20% de pila en mi viejo reloj que brincaba de ese 20% a 15% con tan solo mirar la hora. Esperaba encontrar el stand de Garmin en la expo, pero por la pandemia únicamente tuvieron presencia los patrocinadores oficiales de la carrera. En consecuencia, emprendí una búsqueda por diversas tiendas de Boston solo para toparme con la noticia de que, al ser un modelo de reloj ya descontinuado, no había en ningún lugar un cable cargador de repuesto para comprar. En todos lados la respuesta era: “ya no hacen estos relojes”. Así que como de todas maneras ya llevaba semanas queriendo comprarme un Garmin nuevo, adquirí uno la tarde previa a la carrera. Lo cargué, me aseguré de que mis planes A y B sí aparecieran en el nuevo dispositivo, y me dormí temprano.

Llegó el ansiado lunes, casi 19 meses después de mi última carrera presencial. Para llegar al punto de inicio de la carrera, hay unos camiones que llevan a los corredores a Hopkinton. Bueno, el camión en el que yo iba se perdió y estuvimos muy cerca de chocar. Llegamos tarde, el innovador rolling-start me hizo desorientarme en términos de ritmo, y como mi reloj era nuevo, se tardó un poco en comenzar a marcarme de manera correcta los splits. Una vez más, mis planes estaban en riesgo, así que pensé por un momento en abandonarlos. Y por un segundo avisté ese miedo mental: no quería arruinarme yo sola Boston por tercera vez. Así que hice un ejercicio de paciencia, de cálculos mentales y de empezar a soltar para adaptarme. Afortunadamente, no tuve que esforzarme demasiado. Al pasar la primera milla, me di cuenta de que mi reloj ya estaba cerca de marcar los ritmos correctos; para la segunda, me quedó claro que ya estaba funcionando bien y que sí iba a poder apoyarme en él para no fracasar. Ahí fue cuando el estrés se fue por completo y me dediqué principalmente a divertirme en la carrera: al tener un plan y un instrumento, me sentí suficientemente segura para dedicarme a pasar unas padrísimas 3 horas y cacho. Por ahí del kilómetro 10 sentí un tirón en el isquiotibial izquierdo, pero no me evitó seguir la carrera ni me rompió el ritmo. Opté por seguir divirtiéndome. Busqué la mayor cantidad de fotógrafos y les sonreí a todos para desquitar el precio del paquete de fotos que compré. La sensación de molestia reapareció constante y fuerte ya hacia el final del maratón, por lo que me costaron mucho trabajo los últimos 3.195 kilómetros. No me estresé mucho, pues sabía que aún si bajaba el ritmo iba a caer entre el plan A y el plan B, así que continué sonriendo, tratando ya solo de llegar a la meta, dando high fives a la gente, pidiéndoles porras y haciéndoles señales de que me gritaran más fuerte especialmente hacia el final de la ruta, cuando ya iba medio podrida.

Nunca me había divertido tanto en Boston :D. Por primera vez, vi la ruta: voltée a mi derecha, volteé a mi izquierda, vi cosas que no me había dado la oportunidad de observar en las 2 ediciones anteriores que lo corrí. Felicité a una de las corredoras que decidió correr ese maratón tan retador estando embarazada. Me divertí como nunca y, como me dijo un amigo del equipo al que pertenezco, al fin hice las paces con Boston.

Salió muy bonito, hasta con el pilón de alcanzar un PR y a segundos de cumplir con el plan A. Le guardo mucho cariño, más que nada porque lo disfruté tanto como los maratones de Londres 2019 y Ciudad de México del mismo año; y tal como pasó en aquel medio maratón de marzo de 2020. Boston siempre me da lecciones: a veces son cachetadas de humildad, a veces me exige hacer de lado mi ansiedad y ser paciente. Lo más valioso que este Boston me dejó fue internalizar por fin que vale mucho la pena (y hasta diría que es fundamental) entregarse en los entrenamientos, hacerlos lo mejor posible, dejarlo todo ahí. Sólo así se logra llegar relajado a la carrera. El foco deja de estar en las preocupaciones técnicas; hay confianza en lo entrenado y se vuelve posible dedicarse exclusivamente a disfrutar al máximo. Al final, a la mayoría no nos pagan por correr, al contrario, nosotros gastamos unos buenos dólares para poder asistir a esos maratones. Así que más vale divertirse en grande. No hay que olvidar que siempre habrá algo que potencialmente puede salirse de nuestras manos, en cuyo caso ser flexibles, adaptarse y soltar es muy importante.